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URDIMANO

29 avril 2008

se me ha abierto el apetito

Caerse del burro.

Por tanto, podemos darnos cuenta en qué consiste ponernos un sombrero determinado, que aunque imaginario permite que tengamos una actitud o rol diferente. El título es “Pensamiento Productivo: Seis Sombrero Para Pensar”, por tanto son seis roles o actitudes diferentes, que se presentan en tres dicotomías o contradicciones que mostramos a continuación: Datos y hechos puros. El color blanco denota neutralidad, y de eso se trata. Cuando nos ponemos imaginariamente este sombrero, debemos presentar información que puede ser numérica, cualitativa o hechos verificados o que nos han informado aunque no lo hayamos verificado. ¿Comprendería esto él mismo, el más listo de todos los que han practicado jamás el engaño de sí mismo? ¿Se lo confesaría, por último, en la sabiduría del valor con que enfrentó la muerte?... Sócrates quería morir: no fue Atenas, sino él mismo quien se condenó a beber la cicuta; obligó a Atenas a condenarlo a bebérsela... “Sócrates no es un médico-murmuró para sus adentros-; únicamente la muerte es un médico... Sócrates mismo sólo ha estado enfermo durante largo tiempo...” ¿Me preguntan ustedes cuáles son los distintos rasgos que caracterizan a los filósofos...? Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la misma noción del devenir, su mentalidad egipcíaca. Creen honrar una cosa si la desprenden de sus conexiones históricas, sub specie aeterni; si la dejan hecha una momia. Todo cuanto los filósofos han venido manipulando desde hace milenios eran momias conceptuales; ninguna realidad salía viva de sus manos. Matan y disecan esos idólatras de los conceptos cuanto adoran; constituyen un peligro mortal para todo lo adorado. La muerte, la mudanza y la vejez, no menos que la reproducción y el crecimiento, son para ellos objeciones y aun refutaciones. Lo que es, no deviene; lo que deviene, no es... Pues bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en el Ser. Mas como no lo aprehenden, buscan razones que expliquen por qué les es escamoteado. “El que no percibamos el Ser debe obedecer a una ficción, a un engaño; ¿dónde está el engañador?” “¡Ya hemos dado con él!', exclaman contentos. “¡Es la sensualidad! Los sentidos, que también, por lo demás, son tan inmorales, nos engañan sobre el mundo verdadero. Moraleja: hay que emanciparse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia, de la mentira; la historia no es más que fe en los sentidos, en la mentira. Moraleja: hay que decir no a todo cuanto da crédito a los sentidos, a toda la restante humanidad; todo esto es “vulgo”. ¡Hay que ser filósofo, momia; representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero! ¡Y repudiar, sobre todo, el cuerpo, esa deplorable idea fija de los sentidos! ¡Plagado de todas las faltas de la lógica, refutado; más aún: imposible, aunque tenga la osadía de pretender ser una cosa real! ...” Exceptúo con profunda veneración el nombre de Heráclito. En tanto que los demás filósofos rechazaban el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban multiplicidad y mudanza, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas dotadas de los atributos de la duración y la unidad. También Heráclito fue injusto con los sentidos. Éstos no mienten, ni como creyeron los eleáticos ni como creyó él; no mienten, sencillamente. Lo que hacemos de su testimonio es obra de la mentira, por ejemplo la de la unidad, la de la objetividad, la de la sustancia, la de la duración... La “razón” es la causa de que falseemos el testimonio de los sentidos. Éstos, en tanto que muestran el nacer y perecer, la mudanza, no mienten... Mas Heráclito siempre tendrá razón con su aserto de que el Ser es una vana ficción. El mundo “aparencial” es el único que existe; el “mundo verdadero”, es pura invención... Crítica del modernismo. Todo el mundo conviene en que nuestras instituciones ya no sirven para nada. Pero la culpa no la tienen ellas, sino nosotros. Tras haber perdido todos los instintos de los que surgen las instituciones, perdemos las instituciones porque ya no servimos para ellas. Siempre el modernismo ha sido la forma de decadencia del poder de organización; ya en Humana, demasiado humano I, 349, he definido la democracia moderna, junto con sus cosas a medio hacer, como el “Reich alemán”, como forma de decadencia del Estado. Para que haya instituciones debe haber un tipo de voluntad distinto, imperativo, antiliberal hasta el summum: la voluntad de tradición, de autoridad de responsabilidad ante centurias por venir, de solidaridad de cadenas de generaciones hacia adelante y hacia atrás in infinitum. Si existe tal voluntad, se establece algo como el Imperio Romano o como Rusia, la única potencia que hoy tiene duración, que puede esperar, que puede aún dar promesas; Rusia, la antítesis de la miserable fragmentación y nerviosidad de Europa, que han hecho crisis con la fundación del Reich alemán... Todo el Occidente ha perdido esos instintos de los que surgen las instituciones, de los que surge el porvenir: no hay acaso nada tan reñido con su “espíritu moderno”. Se vive para el hoy, muy de prisa; se vive de una manera muy irresponsable: precisamente a esto se le llama “libertad”. Lo que convierte en instituciones las instituciones es despreciado, odiado, repudiado; en cuanto se pronuncia la palabra “autoridad” se cree correr peligro de caer en una nueva esclavitud. A tal extremo llega la decadencia en el instinto valorativo de nuestros políticos, de nuestros partidos políticos: prefieren instintivamente lo que desintegra, lo que acelera el proceso... Testimonio de ello es el matrimonio moderno. Éste claramente ha perdido su buen sentido; mas esto no constituye una objeción contra el matrimonio, sino contra el modernismo. Radicaba el buen sentido del matrimonio en la responsabilidad jurídica exclusiva del hombre, la que aseguraba equilibrio al matrimonio, el cual hoy cojea de ambas piernas. Radicaba el buen sentido del matrimonio en su indisolubilidad fundamental, la que le confería un acento que sabía hacerse oír frente a la contingencia de sentimiento, pasión y momento. Radicaba asimismo en la responsabilidad de las familias por la selección de los cónyuges. Con la creciente indulgencia en favor del casamiento por amor se ha eliminado de hecho el fundamento del matrimonio, aquello que hace de él una institución. No se funda jamás una institución sobre una idea; no se funda el matrimonio, como queda dicho, sobre el “amor”, sino sobre el instinto sexual, el instinto de propiedad (mujer e hijo como .propiedad), el instinto de dominación, que constantemente organiza el señorío más pequeño, la familia, y necesita de hijos y herederos para mantener también fisiológicamente un grado logrado de poder, influencia y riqueza; para preparar largas tareas, solidaridad instintiva a través de centurias. El matrimonio como institución implica ya la afirmación de la forma de organización más grande, más perdurable; si la sociedad misma no puede dar garantías, como un todo, hasta las generaciones más remotas, el matrimonio no tiene sentido. El matrimonio moderno ha perdida su sentido; en consecuencia, debe procederse a abolirlo. “Libertad a que yo no aspiro...” En tiempos como los actuales, estar librado a los instintos es una fatalidad más. Estos instintos se contradicen, se obstruyen y se destruyen unos a otros; yo defino lo moderno como la contradicción fisiológica consigo mismo. La razón, la educación, exigiría que bajo una presión férrea se paralizara, por lo menos, uno de estos sistemas de instintos para permitir a otro expandirse, adquirir fuerza y llegar a prevalecer. Hoy día debiera hacerse posible al individuo podándolo: posible quiere decir íntegro... Sin embargo, suele hacerse justamente lo contrario: los que con más vehemencia reivindican la independencia, el desarrollo libre de trabas, el laisser aller, son precisamente los que más tienen de rienda y freno, lo mismo in politicis que en arte. Mas se trata de un síntoma de la decadencia; nuestra noción moderna de la “libertad” es una prueba más de la degeneración de los instintos. Donde hace falta la fe. Nada hay tan raro entre moralistas y santos como la probidad; tal vez afirmen lo contrario y es posible que hasta lo crean. Pues cuando creer es más útil, eficaz y convincente que fingir de modo consciente, el fingimiento, por instinto, no tarda en tornarse inocencia: tesis capital para la comprensión de los grandes santos. También en el caso de los filósofos, tipo diferente de santos; es un “gaje del oficio” eso de admitir solamente determinadas verdades, esto es, aquellas en base a las cuales su oficio cuenta con la sanción pública; en el lenguaje de Kant: verdades de la razón práctica. Saben lo que deben demostrar; en esto son gente práctica; el acuerdo sobre “las verdades” es el signo por el cual se reconocen. “No mentirás” significa, en definitiva: cuidado, señor filósofo, con decir la verdad... El cristianismo es también antitético de toda buena humana constitución espiritual, - sólo puede utilizar como razón cristiana la razón enferma, toma partido por todo lo idiota, lanza una maldición contar el “espíritu”, contra la superbia del espíritu sano. Dado que la enfermedad forma parte de la esencia del cristianismo, también el estado de ánimo típicamente cristiano, la “fe”, tiene que ser una forma de enfermedad todos los caminos derechos, honestos, científicos del conocimiento tienen que ser rechazados por la Iglesia como caminos prohibidos. Ya la duda es un pecado... La falta completa de limpieza psicológica en el sacerdote - que se delata en su mirada - es un fenómeno consecutivo de la décadense, - obsérvese en las mujeres histéricas y por otro lado, en los niños de constitución raquítica la regularidad con que la falsedad por instinto, el placer de mentir por mentir, la incapacidad de mirar y caminar de frente son expresiones de décadence. “Fe” significa no-querer-saber lo que es verdadero. El pietista, el sacerdote de ambos sexos es falso porque está enfermo: su instinto exige que en ningún punto la verdad obtenga su derecho. “Lo que pone enfermo es bueno; lo que viene de la plenitud, de la sobreabundancia, del poder, es malvado”: ése es el modo de sentir del creyente. La no-libertad de mentira. - en eso adivino a todo teólogo predestinado. - Otro rasgo distintivo del teólogo es su incapacidad para la filología. Por filología debe entenderse aquí, en un sentido muy general, el arte de leer bien, - el poder leer hechos sin falsearlos con interpretaciones, sin perder, por afán de comprender, la precaución, la paciencia, la sutileza. Filología como ephexis en la interpretación: trátese de libros, de novedades periodísticas, de destinos o de hechos meteorológicos, - para no hablar de la “salvación del alma”... El modo como el teólogo, lo mismo en Berlín que en Roma, interpreta una “palabra de la Escritura” o un acontecimiento, una victoria del ejercito de su patria, por ejemplo, a la luz superior de los salmos de David, es siempre tan audaz, que un filólogo, al ver eso se sube por las paredes. ¡Y qué hará cuando los pietistas y otras vacas de Suabia atavían esa mísera cotidianeidad y esa habitación llena de humo que es su existencia con el “dedo de Dios”, y la trasforma en un milagro de “gracia”, de “providencia”, de “experiencia de salvación”! Un dispendio, por modestísimo que fuera, de espíritu, para no decir de decencia, tendría que hacer ver a esos interpretes, sin embargo, la infantilidad e indignidad de tal abuso de la prestidigitación divina. Si tuviéramos en el cuerpo cierta cantidad, aunque fuera muy pequeña de piedad, un Dios que nos cura a tiempo del resfriado, o que nos hace subir al coche en el preciso instante en que se desencadena el aguacero, debería ser para nosotros un Dios tan absurdo, que, aunque existiese, habría que eliminarlo. Un Dios como criado, como cartero, como calendario, - en el fondo, una palabra para designar la especie más estúpida de todas las casualidades... La “divina providencia”, tal como continúa creyendo hoy en ella aproximadamente una tercera parte de la “Alemania culta”, sería una objeción tan fuerte contra Dios, que no se la podría imaginar mayor. ¡Y en todo caso, es una objeción contra los alemanes!... Me presentan a Richard y le digo algunas palabras de veneración; se interesa por saber con mucha exactitud cómo he conocido su musica, dice cosas terribles contra todas las reperesentaciones de sus obras, excepción hecha de aquellas famosas de Munich, se mofa de los directores que dicn con blandura a la orquesta: “Señores, ahora se hace apasionato”, “ queridos, ahora un poquitín más apasinonadamente”. Wagner se divierte en imitar el dialecto de Leipzig. Ahora te contaré con brevedad lo que nos trajo consigo aquella velada: goces de un genero tan específicamente excitantes que todavía hoy no he alcanzado a recobrarme... Antes y después de la comida, Wagner ejecutó todas las partes importantes de los Maestros Cantores, imitando todas las voces y haciendo todo con gran naturalidad. Es un hombre extraordinariamente vivaz y fogoso, que habla muy rápidamente, es muy ingenioso y en compañía tan intima se torna sumamente alegre. Tuve después con él un largo coloquio sobre Schopenhauer: comprenderás que placer fue para mí oírle hablar de él con un calor absolutamente indescriptible: qué le debía, por qué era el único filósofo que había comprendido la esencia de la música; se interesó después sobre la actitud de los profesores en relación con él, y se rió mucho del congreso de filosofía de Praga, y habló de los “siervos filosóficos”. Leyó luego un episodio muy divertido de su vida de estudiante en Leipzig, en el que todavía hoy no puedo pensar sin reírme; entre otras cosas, escribe con extraordinaria soltura e ingenio. Al fin, cuando estábamos por retirarnos, me estrechó con calor la mano y me invitó muy amigablemente a visitarle para hacer música y filosofía....

Estar muy puesto en un tema.

Todos estos factores surgen de la forma de la producción y de la mutación de forma implícita en ella y que necesariamente tiene que sufrir el producto en el proceso de circulación. Putas Madrid Sí su capital describiese más rotaciones durante el año, esto no alteraría para nada la cosa, pero sí la duración del plazo y, por tanto, la magnitud de la suma que tendría que poner en circulación, además del capital–dinero por él desembolsado, para atender a su consumo individual. BCN Acompañantes se interrumpe en P, donde las mercancías T y Mp, compradas en el mercado, se consumen como los elementos materiales y el valor del capital productivo; el producto de este consumo es una nueva mercancía, M´, transformada en cuanto a materia y en cuanto a valor. El proceso de circulación interrumpido, D–M, necesita ser complementado por el proceso M–D. Pero, como exponente de esta segunda y definitiva fase de la circulación, aparece M', una mercancía diferente en cuanto a la materia y en cuanto a valor de la primera, M. Por tanto, la serie de la circulación puede representarse así: 1) D–M1; 2) M'2–D', donde, en la segunda fase, la primera mercancía, M'1, es sustituida por otra, M'2, de valor superior y de forma útil distinta durante la interrupción determinada por la función de P, o sea, la producción de M' con los elementos de M, modalidades del capital productivo P. En cambio, la primera forma en que se nos manifestaba el capital (libro I, cap. IV, 1, pp. 110 118), D–M–D' (descompuesta así: 1) D–M1; 2) M1–D'), nos presenta dos veces la misma mercancía. Es, ambas veces, la misma mercancía, en la que se convierte el dinero en la primera fase y que en la segunda fase vuelve a convertirse en una cantidad mayor de dinero. A pesar de esta diferencia esencial, ambas circulaciones tienen de común el que en su primera fase el dinero se convierte en mercancía y en la segunda fase la mercancía en dinero, con lo cual el dinero invertido en la primera fase revierte, por tanto, en la segunda. De una parte, tienen de común esta reversión del dinero a su punto de partida; de otra parte, las identifica también el excedente de dinero que revierte sobre el dinero anticipado. En este sentido, la fórmula D–M... M'–D' se contiene también en la fórmula general D–M–D'. http://www.girlsbcn.com.es Prescindiendo del error fundamental –la tergiversación de las categorías del capital fijo y el capital circulante con las categorías del capital constante y el capital variable–, la confusión que se advierte en el modo como los economistas vienen definiendo estos conceptos descansa primordialmente en los siguientes puntos: Scorts en Barcelona Para concebir las formas en su estado puro, hay que prescindir, por el momento, de todos los factores que no tienen nada que ver con el cambio de formas y la plasmación de estas formas como tales. Por eso, aquí partimos del supuesto de que las mercancías se venden por su valor, y de que esto se realiza, además, en circunstancias invariables. Por la misma razón, hacemos también caso omiso de las variaciones de valor que durante el proceso cíclico pueden producirse. Madrid relax Lo que distingue la tercera forma de las dos primeras es que el capital valorizado, no el primitivo, el capital que se trata de valo­rizar, sólo aparece como punto de partida de su valorización en este ciclo. M', como relación de capital, constituye aquí el punto de partida y, como tal, ejerce una acción determinante sobre todo el ciclo, pues incluye, ya en su primera fase, tanto el ciclo del capital como el de la plusvalía, y la plusvalía, si no en todo ciclo por sepa­rado, por lo menos en el promedio de ellos, tiene que gastarse par­cialmente como renta, recorriendo el proceso de circulación m–d–m, y en parte funcionar como elemento de la acumulación del capital. Chicas compañía valencia He leído la biografía de Thomas Carlyle, esta farsa inconsciente e involuntaria, esta interpretación heroi­co-moral de estados dispépsicos. Carlyle, un hombre de palabras y actitudes enfáticas, un reto forzoso acu­ciado en todo momento por el anhelo de una fe ar­diente y el sentimiento de no estar capacitado para ella (¡en esto, un romático típico!). El anhelo de una fe ardiente no es la prueba de una fe ardiente, sino todo lo contrario. Quien la tiene, puede permi­tirse el hermoso lujo del escepticismo; es lo suficien­temente seguro, sólido y firme para ello. Carlyle atur­de algo en sí por el fortissimo de su veneración por los hombres de la fe ardiente y por su rabia con los que no son tan ingenuos; precisa el barullo. Una constante y apasionada falta de probidad consigo mismo, he aquí su propium, aquello por lo cual es y seguirá siendo interesante. En Inglaterra, por cierto, lo admiran precisamente por su probidad... Y como esto es inglés y los ingleses son el pueblo del cant cien por cien, resulta no sólo natural, sino explicable. En el fondo, Carlyle es un ateo inglés que se precia de no serlo. Contactos eróticos Barcelona Fijémonos, por último, en la explotación forestal. “La pro­ducción forestal se distingue de la mayoría de las demás producciones, esencialmente, en que en ella obra por su cuenta la fuerza de la naturaleza y en que, donde el replanteo se efectúe de un modo natural, no requiere la acción del hombre ni del capital. E incluso allí donde los bosques se replantean artificialmente, la inversión de energías humanas y de capital es insignificante, en comparación con la acción de las fuerzas naturales. Además, los bosques crecen en terrenos y situaciones donde ya no se da el trigo o donde la pro­ducción de cereales no es ya rentable. Por otra parte los cultivos forestales exigen, para una explotación normal..., una superficie mayor que los cultivos de cereales, ya que en parcelas pequeñas no es posible abordar debidamente el cultivo forestal, se pierden casi siempre las posibilidades de empleos accesorios, resulta más difícil organizar la protección del bosque, etc. Pero el proceso de producción se halla sujeto a un período de tiempo tan largo, que excede de los posibles planes de una economía privada, y a veces incluso de la vida de un hombre. El capital invertido para adquirir el terreno que ha de destinarse a bosque [en un régimen de producción colectiva este capital no existe y sólo se plantea el problema de saber qué cantidad de terreno podrá sustraer la colectividad a la agricultura y a los pastos para destinarlo a bosque] no rinde frutos rentables hasta pasado mucho tiempo y sólo refluye parcialmente, no recuperándose en su totalidad sino en plazos que en ciertas clases de árboles pueden ser hasta de ciento cincuenta años. Además, la producción forestal continuada re­quiere, a su vez, una reserva de madera viva, que representa diez y hasta cuarenta veces el rendimiento anual. Por eso quien, poseyendo grandes extensiones de bosque, no dispone sin embargo de otros in­gresos, no puede organizar una explotación forestal en forma”. (Kir­chhof, p. 58.) Prostitutas de lujo en Cantabria En las fases aún incipientes de la sociedad capitalista, las empre­sas que requieren un largo periodo de trabajo, y por tanto una gran inversión de capital para mucho tiempo, sobre todo cuando las obras sólo pueden ejecutarse en gran escala, no pueden llevarse a cabo, como ocurre, por ejemplo, con los canales las carreteras, etc., más que al margen del capitalismo, a costa del municipio o del Estado (en tiempos antiguos, en lo que a la fuerza de trabajo se refiere, casi siempre en forma de trabajos forzados). Otras veces, los productos cuya elaboración exige un largo período de trabajo sólo en una parte pequeñísima son fabricados mediante el patrimonio mismo del capitalista. Así, por ejemplo, en la construcción de casa, la persona por cuenta de la cual se construye la casa va haciendo anticipos gradualmente al contratista constructor. Es decir, en rea­lidad, va pagando la casa fragmentariamente, a medida que avanza su proceso de producción. En cambio, en la era capitalista avanzada, en que se concentran en manos de unos cuantos grandes masas de capital y en que, además, aparece al lado de los capitalistas individuales el capitalista asociado (las sociedades anónimas), desarrollán­dose al mismo tiempo el sistema de crédito, sólo en casos excepcio­nales intervienen los contratistas capitalistas de construcciones por cuenta de los particulares. Su negocio consiste en construir bloque de casas y barrios enteros para luego lanzar las casas al mercado, lo mismo que ciertos capitalistas negocian con la construcción de ferro­carriles por contrata. Putas alto standing Madrid El tiempo de circulación y el tiempo de producción se excluyen mutuamente. Mientras circula, el capital no funciona como capital productivo, ni produce, por tanto, mercancías ni plusvalía. Si examinamos el ciclo en su forma más simple en el que el valor–capital en su conjunto pasa siempre de golpe de una fase a otra, vemos palpablemente cómo el proceso de producción y con él el proceso de autovalorización del capital se interrumpe mientras dura el tiempo de circulación y cómo según la duración de éste será más rápida o más lenta la renovación de aquél. En cambio, cuando las diferentes partes del capital se entrecruzan, de tal modo que el ciclo del valor–capital en su conjunto se efectúa sucesivamente a través del ciclo de sus diferentes partes, es evidente que cuanto más tiempo permanezcan sus partes alícuotas en la esfera de circulación, menor será la parte del capital que funcione en la esfera de la producción. Por tanto, la expansión y la contracción del tiempo de circulación actúan como traba negativa sobre la contracción o la expansión del tiempo de producción o del plazo durante el cual un capital de determinada magnitud funciona como capital productivo. Cuanto más ideales sean las metamorfosis circulatorias del capital, es decir, cuanto más se reduzca a 0 o tienda a reducirse a 0 el tiempo de circulación, más funcionará el capital, mayores serán su productividad y su autovalorización. Si el capitalista, por ejemplo, trabaja por encargo, cobrando el producto en el momento de entregarlo y se le pagó en, sus propios medios de producción, el tiempo de circulación se acercará mucho a 0. puta lujo barcelona El proceso cíclico del capital es, por tanto, la unidad de circulación y producción, la suma de ambas. En cuanto que las dos fases D–M y M'–D' son actos de circulación, la circulación del capital forma parte de la circulación general de mercancías. Pero como secciones funcionalmente determinadas, como fases del ciclo del capital, que no pertenece solamente a la órbita de la circulación, sino también a la órbita de la producción, el capital recorre dentro de la circulación general de mercancías su propio ciclo. La circulación general de mercancías le sirve, en la primera fase, para asumir la forma en que puede funcionar como capital productivo; en la segunda, para desechar la forma de mercancía bajo la cual no puede renovar su ciclo: y, al mismo tiempo, para permitirle separar su propio ciclo de capital de la circulación de la plusvalía con que se ha acrecentado. acompañante barcelona del mismo modo que el tiempo que un obrero invierte para comprar sus medios de vida representa tiempo perdido. Hay, sin embargo, una clase de gastos que tienen demasiada importancia para que no tratemos de ellos aquí, siquiera sea brevemente. barcelona masajista

O jodemos todos o matamos la puta.

Como las proporciones en que se puede ampliar el proceso de producción no son arbitrarias, sino que se hallan sujetas a razones técnicas, puede ocurrir y ocurre con frecuencia que la plusvalía realizada, aunque se destine a la capitalización, aumente (acumulándose, por tanto, en las proporciones necesarias), a fuerza de repetirse los distintos ciclos, hasta adquirir el volumen con que puede ya realmente funcionar como capital adicional o entrar en el ciclo del valor–capital en funciones. La plusvalía se convierte así en tesoro y constituye, bajo esta forma, un capital–dinero latente. Latente, porque mientras conserve la forma de dinero no puede actuar como capital.1 Por donde el atesoramiento aparece aquí como un factor que va implícito en el proceso capitalista de acumulación, como un factor inherente a él, pero al mismo tiempo substancialmente distinto de él. En efecto, la formación de un capital–dinero latente no amplía el propio proceso de reproducción. Por el contrario, si aquí se forma un capital–dinero latente, es porque el productor capitalista no puede ampliar directamente la escala de su producción. Si vende su producto excedente a un productor de oro o de plata que lanza a la circulación nuevas cantidades de estos metales o, lo que es lo mismo, a un comerciante que, a cambio de una parte del producto excedente nacional, importa del extranjero cantidades adicionales de oro o plata, su capital en dinero latente pasará a formar un incremento del tesoro de oro o de plata nacional. En todos los demás casos, las 78 libras esterlinas, por ejemplo, que eran, en manos del comprador, medios de circulación, adoptan en manos del capitalista la forma de tesoro: todo se reduce, por tanto a que cambie la distribución del tesoro nacional de oro o de plata. tantra barcelona A. Smith tropieza aquí con la importantísima distinción existente entre los obreros que trabajan en la producción de medios de producción y los que trabajan en la producción directa de medios de consumo. El valor del producto–mercancía de los primeros encierra una parte integrante igual a la suma de los salarios, es decir, al valor de la parte de capital invertida en la compra de fuerza de trabajo; esta parte de valor existe físicamente como una determinada parte alícuota de los medios de producción producidos por estos obreros. El dinero con que se pagan sus salarios constituye, para ellos, una renta, pero su trabajo no crea productos que sean consumibles, ni para ellos mismos ni para otros. Por tanto, estos productos no entran de por sí en la parte del producto anual destinado a alimentar el fondo social de consumo en el que está llamada a realizarse toda “renta neta”. A. Smith se olvida aquí de añadir que lo que dice de los salarios es también aplicable a la parte integrante del valor de los medios de producción que forma, en calidad de plusvalía dividida en las categorías de ganancia y renta del suelo, la renta (de primera mano) del capitalista industrial También estos elementos integrantes del valor existen en forma de medios de producción, de artículos no consumibles; sólo después de convertirse en dinero pueden absorber, con arreglo a su precio, una cantidad de los medios de consumo producido por la segunda clase de obreros y transferidos al fondo individual de consumo de sus poseedores. Con tanta mayor razón hubiera debido comprender A. Smith que la parte de valor de los medios de producción creados anualmente, la cual es igual al valor de los medios de producción que dentro de esta esfera de producción funcionan –es decir, de los medios de producción con que se fabrican otros medios de producción– y representa, por tanto, una parte de valor igual al valor del capital constante invertido aquí, queda excluida en absoluto, no sólo por la forma natural en que existe, sino también por función de capital, de toda parte integrante de valor creadora de renta. Chicas compañía Madrid ¿O acaso lo que quiere decir es que el capital invertido para producir mercancías y venderlas con una ganancia debe, después de convertirse en mercancías, venderse y pasar, mediante la venta, de manos del vendedor a manos del comprador, en primer lugar, y en segundo lugar trocar su forma natural de mercancías por la forma dinero, siendo por tanto inútil para su poseedor mientras permanez­ca en sus manos o se mantenga –para él– bajo la misma forma? En este caso, ello equivaldría a decir que el mismo valor capital que antes funcionaba en forma de capital productivo, en una forma apta para el proceso de producción, funciona ahora como capital ­mercancías y capital–dinero bajo sus formas idóneas para el proceso de circulación, no siendo ya, por tanto, ni capital fijo ni capital circulante. Y esto se refiere tanto a los elementos de valor añadidos por las materias primas y auxiliares, es decir, por el capital circulante, como a los incorporados por el consumo de los medios de trabajo, es decir, por el capital fijo. Como vemos, tampoco por este camino nos acercamos ni un paso a la distinción entre el capital fijo y el capital circulante. acompañante bcn Veíamos que ya en la expresión más sencilla del valor, o sea en la fórmula x mercancía A = z mercancía B, el objeto en que toma cuerpo la magnitud de valor de otro objeto parece poseer ya su forma de equivalente como una propiedad natural social suya, independientemente de su relación con el otro. Hemos seguido las huellas de este espejismo, hasta ver cómo se consolidaba. Se consolida a partir del momento en que la forma de equivalencia general se confunde con la forma natural de una determinada clase de mercancías o cris­taliza en la forma dinero. Una mercancía no se presenta como dinero porque todas las demás expresan en ella sus valores, sino que, por el contrario, éstas parecen expresar sus valores de un modo general en ella, por ser dinero. El movimiento que sirve de enlace desaparece en su propio resultado, sin dejar la menor huella. Sin tener arte ni parte en ello, las mercancías se encuentran delante con su propia forma de valor, plasmada y completa, como si fuese una mercancía corpórea existente al margen de ellas y a su lado. Estos objetos, el oro y la plata, tal como salen de la entraña de la tierra, son al mismo tiempo la encarnación directa de todo trabajo humano. De aquí la magia del dinero. La conducta puramente atomística de los hombres en su proceso social de producción, y, por tanto, la forma material que revisten sus propias relaciones de producción, sustraídas a su control y a sus actos individuales conscientes, se revelan ante todo en el hecho de que los productos de su trabajo revisten, con carácter general, forma de mercancías. El enigma del fetiche dinero no es, por tanto, más que el enigma del fetiche mercancía, que cobra en el di­nero una forma visible y fascinadora. acompañante de lujo Resultado de todo esto es que, al anexionarse los dos factores primigenios de la riqueza, la fuerza de trabajo y la tierra, el capital adquiere una fuerza expansiva que le permite extender los elementos de su acumulación más allá de los limites trazados aparentemente por su propia magnitud, trazados por el valor y la masa de los medios de producción ya producidos, en que toma cuerpo el capital. girlsbcn Pero no nos adelantemos y limitémonos a poner aquí un ejemplo referente a la propia forma de las mercancías. Si éstas pudiesen hablar, dirían: es posible que nuestro valor de uso interese al hombre, pero el valor de uso no es atributo material nuestro. Lo inherente a nosotras, como tales cosas, es nuestro valor. Nuestras propias relaciones de mercancías lo demuestran. Nosotras sólo nos relacionamos las unas con las otras como valores de cambio. Oiga­mos ahora cómo habla el economista, leyendo en el alma de la mercancía: el valor (valor de cambio) es un atributo de las cosas, la riqueza (valor de uso) un atributo del hombre. El valor, con­siderado en este sentido, implica necesariamente el cambio; la riqueza, no.37 “La riqueza (valor de uso) es atributo del hombre; el valor, atributo de las mercancías. Un hombre o una sociedad son ricos; una perla o un diamante son valiosos... Una perla o un diamante encierran valor como tal perla o diamante.”38 Hasta hoy, ningún químico ha logrado descubrir valor de cambio en el dia­mante o en la perla. Sin embargo, los descubridores económicos de esta sustancia química, jactándose de su gran sagacidad crítica, en­tienden que el valor de uso de las cosas es independiente de sus cualidades materiales y, en cambio, su valor inherente a ellas. Y en esta opinión los confirma la peregrina circunstancia de que el hombre realiza el valor de uso de las cosas sin cambio, en un plano de rela­ciones directas con ellas, mientras que el valor sólo se realiza me­diante el cambio, es decir, en un proceso social. Oyendo esto, se acuerda uno de aquel buen Dogberry, cuando le decía a Seacoal, el sereno: “La traza y la figura las dan las circunstancias, pero el saber leer y escribir es un don de la naturaleza.”39 http://www.girlsmadrid.net La manufactura de cerillas data de 1833, en que se inventó la aplicación del fósforo a la cerilla. A partir de 1845, esta industria comienza a propagarse rápidamente por Inglaterra, difundiéndose por los sectores más densos de población de Londres y por Manchester, Birmingham, Liverpool, Bristol, Norwich, Newcastle, Glasgow, etc., y con ella el trismo, enfermedad que un médico vienés descubre ya en 1845 como característica de los cerilleros. La mitad de los obreros de esta industria son niños menores de 13 años y jóvenes de menos de 18. La manufactura cerillera tiene tal fama de malsana y repugnante, que sólo le suministra niños, "niños andrajosos, hambrientos, abandonados y sin educar", la parte más desamparada de la clase obrera, viudas medio muertas de hambre, etc.38 De los testigos de esta industria examinados por el comisario White (1863), 250 tenían menos de 18 años, 50 menos de 10, 10 menos de 8, y 5 no habían cumplido aún los 6 años. Jornadas de trabajo de 12 a 14 y 15 horas, trabajo nocturno, comidas sin horas fijas y casi siempre en los mismos lugares de trabajo, apestando a fósforo.39 En esta manufactura, el Dante encontraría superadas sus fantasías infernales más crueles.

Inglaterra, país de producción capitalista desarrollada y predo­minantemente industrial habría quedado exangüe si la hubieran sometido a una sangría como la que ha sufrido la población irlandesa. En la actualidad, Irlanda no es más que un distrito agrícola de Inglaterra, separado de ésta por un ancho canal, y que le suministra trigo, lana, ganado, y reclutas para su ejército. Madrid escorts ¡Acumulad, acumulad! ¡La acumulación es la gran panacea! “La industria suministra los materiales, que luego el ahorro se encarga de acumular”20 Por tanto, ¡ahorrad, ahorrad; es decir, esforzaos Por convertir nuevamente la mayor parte posible de plusvalía o producto excedente en capital! Acumular por acumular, producir por producir: en esta fórmula recoge y proclama la economía clásica la misión histórica del período burgués. La economía jamás ignoró los dolores del parto que cuesta la riqueza21 pero ¿de qué sirve quejarse contra lo que la necesidad histórica ordena? Para la economía clásica, el proletariado no es más que una máquina de producir plusvalía; en justa reciprocidad, no ve tampoco en el capitalista más que una máquina para transformar esta plusvalía en capital excedente. Estos economistas toman su función histórica trágicamente en serio. Para cerrar su pecho a ese conflicto desesperado entre el afán de goces. Y la ambición de riquezas, Malthus predicaba, a comienzos de la tercera década del siglo actual, una división del trabajo que asignase a los capitalistas que intervenían realmente en la producción el negocio de la acumulación, dejando a los demás copartícipes de la plusvalía, a la aristocracia de la tierra, a los dignatarios del estado y de la iglesia, etc., el cuidado de derrochar. Es de la mayor importancia –dice este autor– “mantener separadas la pasión de gastar y la pasión de acumular” (“the passion for expenditure and the passion for accumulation”).22 Los señores capitalistas, convertidos ya desde hacia largo tiempo en buenos vividores y hombres de mundo, pusieron el grito en el cielo. ¡Cómo!, exclama uno de sus portavoces, un ricardiano, ¿el señor Malthus predica rentas territoriales altas, impuestos elevados, etc., para que el industrial se sienta espoleado constantemente por el acicate del consumidor improductivo? Es cierto que la consigna es producir, producir en una escala cada vez más alta, pero “un proceso semejante más bien embaraza que estimula la producción. Además, no es del todo justo (“not is it quite fair”) mantener así en la ociosidad a un número de personas, sólo para alimentar en la indolencia a gentes de cuyo carácter se puede inferir (“who are likely, from. their character”) que, sí se las pudiese obligar a ser activas, se comportarían magníficamente”.23 Este autor, que protesta, por creerlo injusto, contra el hecho de que se espolee al capitalista industrial a la acumulación, escamoteándole la grasa de la sopa, encuentra perfectamente justificado y necesario el que se asigne a los obreros los salarios más bajos que sea posible, “para estimular su laboriosidad” y no se recata ni un solo momento para reconocer que la apropiación de trabajo no retribuido es el secreto de la fabricación de plusvalía. “El aumento de la demanda por parte de los obreros sólo revela su tendencia a quedarse para ellos con una parte menor de su producto, dejando una parte mayor para sus patronos; a los que dicen que esto, al disminuir el consumo (por parte de los obreros) produce glut (embotellamiento del mercado, superproducción) , sólo puedo contestarles que “glut” es sinónimo de ganancias altas.”24 Barcelona acompañantes En primer lugar, en la maquinaria cobran independencia la dinámica y el funcionamiento del instrumento de trabajo frente al obrero. Aquél se convierte, de suyo, en un perpetuum mobile, que produciría y seguiría produciendo ininterrumpidamente si no tropezase con ciertas barreras naturales en sus auxiliares humanos: su debilidad física y su obstinación. Considerado como capital –y en función de tal es como el autómata–, la maquinaria encuentra en el capitalista conciencia y voluntad. Las máquinas nacen, pues, dotadas de la tendencia a reducir a la mínima resistencia las barreras naturales reacias, pero elásticas, que les opone el hombre.58 Esta resistencia tiende, además, a ceder ante la aparente facilidad del trabajo para la máquina y ante la intervención del elemento femenino e infantil, más adaptable y flexible.59 posicionamiento web En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de hecho, en los últimos años del siglo XIV. En esta época, y más todavía en el transcurso del siglo XV, la inmensa mayoría de la población2 se componía de campesinos libres, dueños de la tierra que trabajaban, cualquiera que fuese la etiqueta feudal bajo la que ocultasen su pro­piedad. En las grandes fincas señoriales, el bailiff (bailío), antes siervo, había sido desplazado por el arrendatario libre. Los jornaleros agrícolas eran, en parte, campesinos que aprovechaban su tiempo libre para trabajar a sueldo de los grandes terratenientes y en parte una clase especial, relativa y absolutamente poco numerosa, de verdaderos asalariados. Mas también éstos eran, de hecho, a la par que jornaleros, labradores independientes, puesto que, además del salario, se les daba casa y labranza con una extensión de 4 y más acres. Además, tenían derecho a compartir con los verdaderos labradores el aprovechamiento de los terrenos comunales, en los que pastaban sus ganados y que, al mismo tiempo, les suministraban el combustible, la leña, la turba, etc.3 La producción feudal se caracteriza, en todos los pueblos de Europa, por la división del suelo entre el mayor número posible de tributarios. El poder del señor feudal, como el de todo soberano, no descansaba solamente en la longitud de su rollo de rentas, sino en el número de sus súbditos, que, a su vez, dependía de la cifra de campesinos independientes.4 Por eso, aunque después de la conquista normanda, el suelo inglés se dividió en unas pocas baronías gigan­tescas, entre las que había algunas que abarcaban por sí solas 900 de los dominios de los antiguos lores anglosajones, estaba salpicado de pequeñas explotaciones campesinas, interrumpidas sólo de vez en cuando por grandes fincas señoriales. Estas condiciones, combinadas con el esplendor de las ciudades, característico del siglo XV, permitían que se desarrollase aquella riqueza nacional que el canciller Forescue describe con tanta elocuencia en su Laudibus Legum Angliae (137), pero cerraban el paso a la riqueza capitalista. imprenta barcelona Después de exponer el proceso de violenta creación de los proletarios libres y privados de recursos, cómo se les convirtió a sangre y fuego en obreros asalariados y la sucia campaña en que el estado refuerza policíacamente, con el grado de explotación del obrero, la acumulación del capital, cumple preguntar: ¿cómo surgieron los primeros capitalistas? Pues la expropiación de la población campesina sólo crea directamente grandes terratenientes. La génesis del arrendatario puede, digámoslo así, tocarse con la mano, pues constituye un proceso lento, que se arrastra a lo largo de muchos siglo. Los siervos, y con ellos los pequeños propietarios libres, no tenían todos, ni mucho menos, la misma situación patrimonial, siendo por tanto emancipados en condiciones económicas muy distintas. bares de copas en valencia Aun prescindiendo de su redacción, que facilita sus designios al capitalista deseoso de burlarlas, las cláusulas sanitarias no pueden ser más mezquinas; en realidad, se limitan a unos cuantos preceptos sobre el blanqueado de las paredes y algunas otras medidas de limpieza y sobre la ventilación y las medidas de protección contra las máquinas peligrosas. En el libro tercero hablaremos de la campaña fanática de los fabricantes contra cada cláusula en que se les imponga un pequeño desembolso para proteger la integridad física de sus obreros. Aquí, vuelve a confirmarse de un modo brillante el dogma librecambista de que, en una sociedad de intereses antagónicos, la mejor manera de fomentar el bien común es laborar por el interés individual. Baste un ejemplo. Es sabido que durante estos últimos veinte años se ha desarrollado considerablemente en Irlanda la industria del lino, y con ella los scutching mills (fábricas para golpear y machacar esta fibra). En 1864, había en Irlanda unas 1,800 fábricas de éstas. Con una regularidad periódica, en otoño e invierno, se arrancan a los trabajos del campo, para cebar con lino las máquinas laminadoras de los scutching mills, un tropel de obreros, personas jóvenes y mujeres en su casi totalidad, los hijos, hijas y mujeres de los pequeños colonos de la comarca, gentes de una ignorancia absoluta en materia de maquinaria. Los accidentes son algo sin paralelo en la historia de la maquinaria, lo mismo en extensión que en intensidad. Un solo scutcbing mill (en Kildinan. cerca de Cork) produjo desde 1852 a 1856, seis casos de muerte y 60 mutilaciones graves, accidentes todos que podían haberse evitado con los aparatos más sencillos, gastando solamente unos cuantos chelines. El Dr. White, certifying surgeon (101) de las fábricas de Dawnpatrick, declara, en un informe oficial de 15 de diciembre de 1865: “Los accidentes de los scutching mills son de lo más espantoso. Se dan muchos casos en que es arrancada del tronco una cuarta parte del cuerpo. Las heridas traen como consecuencia normal la muerte o un porvenir horrible de invalidez y sufrimientos. El desarrollo de las fábricas en esta región multiplicará, naturalmente, estos pavorosos resultados. Estoy convencido de que con una buena vigilancia del estado sobre los scutching mills se evitarían grandes pérdidas de vidas y de cuerpos.”209 ¿Qué mejor puede caracterizar al régimen capitalista de producción que la necesidad de que el Estado tenga que imponerle a la fuerza, por medio de una ley, las más sencillas precauciones de limpieza y salubridad? “La ley fabril de 1864 ha blanqueado y limpiado, en el ramo de alfarería, más de 200 talleres, después de 20 años o de toda una vida de ausencia de estas operaciones [¡he ahí la “abstinencia” del capital!], en lugares en que se congregan 27,800 obreros y en que hasta aquí venían respirando, en su agobiador trabajo diurno y no pocas veces nocturno, una atmósfera mefítica que hacía pesar sobre un trabajo relativamente inofensivo la amenaza continua de la enfermedad y la muerte. La ley ha hecho que aumentasen considerablemente los medios de ventilación."210 Esta rama de la ley fabril demuestra al mismo tiempo, palpablemente, cómo, al llegar a cierto punto, el régimen capitalista de producción repugna, por esencia, todo progreso racional. Hemos dicho repetidas veces que los médicos ingleses están unánimes en dictaminar que 500 pies cúbicos de aire por persona son el mínimum estrictamente indispensable, en un trabajo sostenido. Pues bien. Si la ley fabril, indirectamente, con todas sus medidas coactivas, acelera el proceso de transformación de los pequeños talleres en fábricas, invadiendo, por tanto, indirectamente, el derecho de propiedad de los pequeños capitalistas y garantizando a los grandes el monopolio, esto no basta para reconocer que la imposición por la ley de la cantidad de aire indispensable para cada obrero dentro del taller equivaldría a expropiar directamente, de golpe, a miles de pequeños capitalistas. Sería atacar a la raíz misma del régimen capitalista de producción; es decir, a la libertad de todo capital, sea grande o pequeño, para buscar su rentabilidad mediante la libre compra y el “libre” consumo de la fuerza de trabajo. Por eso, ante estos 500 pies cúbicos de aire, la legislación fabril nota que se le corta la respiración. Las autoridades sanitarias, las comisiones industriales de investigación, los inspectores de fábricas, no se cansan de repetir, una vez y otra, la necesidad de estos 500 pies cúbicos de aire, ni la imposibilidad de imponérselos al capital. Con lo cual declaran, en realidad, la tuberculosis y otros enfermedades pulmonares del trabajo como condición de vida del capitalismo.211 www.nightspain.com 98 Júzguese, pues, de la ocurrencia fabulosa de Proudbon, cuando "construye" la maquinaria, no como una síntesis de medios de trabajo, sino como una síntesis de obreros parciales que trabajan para los propios obreros. video de pisos 46 Jeremías Bentham es un fenómeno genuinamente inglés. Nadie, en ninguna época ni en ningún país, sin exceptuar siquiera a nuestro filósofo Christian Woff, se ha hartado de profesar tan a sus anchas como él los más vulgares lugares comunes. El principio de la utilidad no es ninguna invención de Bentham. Este se limita a copiar sin pizca de ingenio lo que Helvetius y otros franceses del siglo XVIII habían dicho ingeniosamente. Así, por ejemplo, si queremos saber qué es útil para un perro, tenemos que penetrar en la naturaleza del perro. Pero jamás llegaremos a ella partiendo del "principio de la utilidad". Aplicado esto al hombre, si queremos enjuiciar con arreglo al principio de la utilidad todos los hechos, movimientos, relaciones humanas, etc., tendremos que conocer ante todo la naturaleza humana en general y luego la naturaleza humana históricamente condicionada por cada época. Bentham no se anda con cumplidos. Con la más candorosa sequedad, toma al filisteo moderno, especialmente al filisteo inglés, como el hombre normal. Cuanto sea útil para este lamentable hombre normal y su mundo, es también útil de por sí. Por este rasero mide luego el pasado, el presente y el porvenir. Así, por ejemplo, la religión cristiana es "útil", porque condena religiosamente los mismos desaguisados que castiga jurídicamente el Código penal. La crítica literaria es "perjudicial" porque perturba a los hombres honrados en su disfrute de las poesías de Martín Tupper, etc. Con esta pacotilla ha ido llenando montañas de libros nuestro hombre, que tiene por divisa aquello de "nulla dies sine línea" (123). Si yo tuviese la valentía de mi amigo Enrique Heine, llamaría a Mr. Jeremías un genio de la estupidez burguesa.

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